Si consignásemos en un índice las realidades más importantes para el ser humano, en todas las perspectivas que conforman su existencia, la familia ‐ sin ninguna duda‐ ocuparía en él un lugar primero y privilegiado.
La familia es esa realidad donde la persona crece y madura armónicamente. Es en la familia donde el ser humano es recibido, donde es valorado por lo que es, donde va creciendo armónicamente en todos los aspectos de la vida, donde encuentra el ambiente apropiado para poder desarrollarse con esa armonía que supone llegar a ser una persona equilibrada. Es en la familia donde aprende los grandes valores humanos que configurarán su existencia como persona: la solidaridad, el compartir, la generosidad, el amor a la verdad, la honradez, la amistad y el cariño hacia los demás, etc.
Es en la familia donde el ser humano aprende a ser sociable, a convivir, a respetar, a saber que no todos deben pensar como él, a saber respetar los derechos de los demás, a compartir y ser solidario con las necesidades del otro, etc.
Es en la familia y desde la familia en donde aprende a dar los primeros pasos como creyente: en ella aprende a saber Quién es Dios; en ella aprende
sus primeras oraciones; en ella descubre que Dios es un Padre Bueno que le quiere; en ella comienza a valorar lo religioso como algo importante para su vida.